domingo, 22 de noviembre de 2015

RUNNING


Correr, correr, desfogarse, ¿huir? Comúnmente veo a tanta gente dándose unas palizas de padre y muy señor mío que a menudo me hacen mirar hacia todos lados temiendo sea fruto de alguna estampida o de algún disturbio. Y me invade la sensación de ir siempre en sentido contrario, lo cual resulta agotador. El llamado ‘running’ es invasor y ubicuo —como ubicuo era el padre Aznar, aquél dominico traidor que parecía escamondado con piedra pómez, presto a birlarte la tarjeta del cine a la menor ocasión—  además de ser un anglicismo, como no podía otra cosa, en cuyo caso no lo habríamos adoptado. La terminación ‘ing’ del inglés equivale, generalmente, al gerundio español, por lo que se podría traducir como ‘corriendo’. Son tan invasivos estos vocablos anglosajones que más de un ‘snob’ no tardaría en atraparlo para sí para soltarlo en su más estrecha intimidad, de manera que resultaría un tanto esperpéntico encontrarse en pleno éxtasis sexual y soltar un «¡Ay cariño, que me running!». Nada habría de extrañar porque, ya digo, son tan invasivos… 



Entre los ‘runners’, los que hablan por el móvil a grito pelado manoteando, los autómatas del whatsApp y los dueños de perritos con correas interminables, consiguen adueñarse de las calles de tal forma que terminarán poniendo semáforos para evitar encontronazos y atropellos, cuando no mayorales con vara y todo para ir conduciéndolos al redil, por su carril. Como digo, el running es una moda multicolor y fosforita, y de ello se encargan las firmas de deportes más prestigiosas para promocionarlo con el único objeto de vender su material a mansalva, al igual que las grandes potencias armamentísticas aprovechan los conflictos para dar salida a su material bélico, porque me da que lo de mantenerse en forma no es sino un eufemismo para ocultar sus verdaderas intenciones como trataba de ocultarlas subrepticiamente el ‘hermano’ Vinuesa, aquel presunto afeminado que se ‘picaba’ cuando pasaba por el pasillo de las aulas de Maestría de Luis de Góngora siendo blanco de bromas y siseos. Qué cabrones; pero, quién te mandaría a ti pasar por allí, Vinuesa, maricón. 
Como tal moda el susodicho running pasará, estoy seguro, y la gente sensata (porque hay gente sensata y todo aunque no lo creáis) entenderá que el deporte exigente solo está llamado para aquellos que lo practiquen profesionalmente y el otro, el moderado, para el resto. Que es bueno hacer deporte y moverse es evidente, ya que así lo dictan desde los cardiólogos hasta los chef que últimamente pululan por todos sitios, aunque también termina uno por sospechar cuando se encuentra con alguien de avanzada edad que está como las rosas sin haber dado un paso más largo que otro. Cierto es que hay quien se muere de cáncer sin haber fumado jamás un cigarrillo, y es que a esas gentes también les pasa, porque de todo hay en la viña del señor.


Correr maratones, carreras populares de medio fondo y de fondo entero, produciéndose algún suceso luctuoso en muchos casos cuando no retiros inteligentes a tiempo o abordando el coche escoba con la mano tendida y la lengua fuera, el caso es ir a la moda no vaya a ser verdad que te mueras por no moverte. ¿Y así se lo pasa bien la gente? Se preguntan unos ¿Por qué ha habido un retroceso generalizado del sentido común? Se preguntan otros al ver a ciertos corredores al borde de la alferecía. Me da que nos hemos vuelto locos por la sinrazón de encontrarnos en forma, jóvenes, apuestos y... apetitosos. Pero esto también se consigue, como dicen los expertos, con ejercicios moderados cuya única función consiste en mantener los miembros, todos los miembros, ¡eh!, más o menos a punto.

Parece ser que cuando el cuerpo se somete a unos niveles grandes de esfuerzo (supongo que no hasta la extenuación) la explosión de dopaminas, endorfinas y otras sustancias, fruto de mentes calenturientas que se han inventado todo esto, son lo suficientemente poderosas como para llevarte al nirvana, y lo que creo (sin pretender hacer de esto un ensayo) es que es una estupidez como la copa de un pene, porque de esto sabemos mucho los laborales. Que nos lo digan a nosotros que nos sometían a toda clase de esfuerzos asquerosamente inhumanos cuando Educación Física tocaba. A toda el aula sin excepción y sin tan siquiera preguntar si te aquejaba algo. Te ‘aconsejaban’ dar vueltas y más vueltas por aquellas pistas de ceniza sin venir a cuento porque así te lo pasarías de puta madre y sin que la inmensa mayoría fuese jamás a dedicarse a la práctica del atletismo, deporte bello por otro lado, sin tener que ver una cosa con la otra. Lo que experimentábamos entonces era un abatimiento y una fatiga sin límites en medio de un flato que te hacía doblar el espinazo con la mano apoyada en el flanco del abdomen sin que ni por eso te permitieran parar. Esto no hacía más que intensificar un odio hacia el Sr. Schmidt, aquel tipo rudo, de bronceado indeleble y afrancesado apellido, al no comprender el porqué de tanto sacrificio y tantas vueltas de trescientos metros cada una ¿y cuando tocaba correr los mil quinientos? La madre que los parió, pero si había quien se picaba y todo. Se podía entender como mucho un poco de ejercicio, sin pretender parecerse a la sección femenina aquella de sutil recuerdo, pero tampoco mucho más, Sr. Schmidt (ya que en paz descanse), para entonar la musculatura y todo eso referido a los miembros. Aunque ahí, como recordaréis, no acababa todo porque, posteriormente al tremebundo esfuerzo sin sentido, había que atinar para mear en un añejo bote de penicilina vacío y rezar para que el color del líquido excretado fuese cuanto más turbio y oscuro mejor, porque las malas lenguas decían que, de lo contrario, la fuerza oscura y orweliana, aquella que no veías pero que existía, advertiría la falta del empleo enérgico de la fuerza física empleada en tan ardua tarea pudiendo ser esto determinante para vete tú a saber que tipo de represalias. Teniendo la espada de Damocles en forma de beca encima de tu cabeza, no podías jugarte las castañas de forma tan trivial, por lo que se imponía un poco de esfuerzo, baldío en este caso, en pro de tu inmaculado expediente. Los pocos a los que este denodado esfuerzo de correr como pollos sin cabeza no les hacía tanta mella, tenían como recompensa dedicarse a ello así como el objetivo obsceno del tiempo contra el crono, amén de dejarse los hígados y otro tipo de casquerías dispersos por algunas de las calles de aquellas pistas, y un par de huevos fritos en el desayuno. Esto era, realmente, lo que despertaba más de una envidia así como otro tipo de viandas de las que no quiero ni acordarme. Hay que reconocer, sin embargo, que verlos correr los domingos por las pistas, sobre todo si competían con colegios foráneos, y ganar como casi siempre, era todo un placer porque una de las cosas que consiguieron en la Uni, sin embargo, fue que amáramos el deporte en general y el atletismo en particular, algo nuevo para la mayoría de nosotros. Pero ¡Ay! Había tantas cosas nuevas y buenas que algunos no dábamos crédito (desde albornoz hasta chándal pasando por una colección de ropa deportiva con elástica roja, perdón encarnada, y todo). Por eso ahora, en la senectud, como rescoldo de aquellas prácticas de ‘laboral’ compiscuo venido a menos, algunos continuamos con la práctica del ejercicio, generalmente como método terapéutico, cuando no geriátrico. Pero cuando te topas, ya digo, con algún coetáneo, o más, con aspecto sonrosado, sonrisa bobalicona y con la mata de pelo intacta, y te dice que se encuentra tieso o ‘eréctil’ como un palo, que nunca ha pisado un gimnasio y que la caminata más larga que hizo fue estando en la mili, olvidándose de todo lo demás en cuanto acabó, no sabes si cazar moscas o mandar lejos a todos esos sesudos especialistas que un día sacan un estudio en un sentido para otro día hacerlo en otro, mandar todo a hacer puñetas, retomar tu sillón favorito, que apenas lo usas por el miedo que te han metido en cuerpo, y decir: que aquí (sin señalarse en ningún sitio) me las den todas. Pero, joder, ¿y si fuera verdad?   

1 comentario:

  1. La virtud suele ser un gesto audaz cuyo norte es la perfección incesante, la acción poco común que manifiesta una evidente superioridad sin que al protagonista se le mueva un solo pelo del flequillo. Tal vez sea ésta la intención de esos abuelos que corren desesperadamente por los parques arbolados, del centro de las ciudades, a los que parecen acudir para dejarse, lamentablemente, la escasa salud de que gozan en un tiempo de descuento inaplazable. ¡Santa simplicidad!

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