martes, 15 de julio de 2014

SOCORRO…¡MI MUJER SE QUIERE JUBILAR!

Todo empezó cuando le dije que en el teatro Isabel la Católica iban a representar ‘La casa de Bernarda Alba’ de Federico García Lorca. No oye muy bien, pero esto lo cazó de inmediato. Tal vez porque la obra, y el hecho de ver en escena a la ‘Poncia’, la excita de tal manera que pone como hoja de perejil a todos los personajes, sobre todo a la Poncia por su complicidad con Bernarda. Tanto fue así que, con un gritito de satisfacción acompañado del clásico  batido de pestañas, respondió de inmediato: «Oh, ‘Rai’, me llevarás ¿verdad?»

A mi mujer le parece bien que en todos sitios se sientan orgullosos de sus paisanos célebres «pero como aquí en ningún lado —dice ella—, siempre dando la murga con Lorca, Ganivet, y Pedro Antonio. No hay día que no aparezcan en el periódico, al igual que el Alcalde. La verdad es que se pasan de chovinistas; no he visto una cosa igual».

Yo sí. A ti. Cuando reivindicas a los Hernán Cortés, Pizarro y Espronceda como ilustres extremeños. En todos sitios cuecen habas, cariño, y cuando se trata de ensalzar a los paisanos ilustres se tiende siempre a la exageración. Sin embargo, algo cambió cuando hace algún tiempo la llevé a ver ‘Bodas de Sangre’ y ‘Mariana Pineda’ y, sobre todo, cuando leyó aquella preciosa elegía que tanto la emocionó: ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’, con lo que a ella le gusta todo lo que se relacione con el toreo. A partir de ahí el idilio con Federico resultó abrumador y ya no despotrica tanto de que se le mencione a diario en los ‘medios’. Hasta por la Huerta de San Vicente tenemos que ir forzosamente siempre que pasamos cerca del parque que lleva su nombre, para impregnarnos, hasta el tuétano, del aura que envuelve la antigua residencia de verano del autor del Romancero.

     —  Claro que sí—respondí. Además hacen descuento a jubilados y estudiantes.
—      Estupendo, como estamos jubilados, ya es hora de que nos beneficiemos de algo.
—      Es verdad, pero será solo por mí que soy el que está jubilado, por ti no descontarán nada.
—      Anda, y porqué. Tú siempre has dicho que estamos jubilados los dos.
—      No cariño, la jubilación es mía; no tuya. No, oficialmente.

Para qué quise más. Siempre me pasa lo mismo. Y todo por no usar mi suave mano izquierda; por no utilizar la verborrea políticamente correcta y por no edulcorar la cosa, del tipo: «mira, nena, bonita, es que, para los que trabajan en la cosa pública, que son tontos del culo, el único jubilado a efectos funcionariales soy yo. Además tú estás muy bien así, tonta, para qué quieres complicarte la vida. Jubilada, qué idioteces, por favor, con lo que avejenta eso.

—      ¡Y un cuerno!  Claro, ya me lo veo venir. Nosotras no nos jubilamos nunca. De hecho hago lo mismo desde que dejé de trabajar.
—      Ves, tú también dejaste de trabajar. Como yo.
—      Desde que dejé de trabajar fuera de casa, digo, porque dentro de ella, no he parado y lo que te rondaré morena. Sin embargo tú, entre aficiones, hobbies y demás, no das un palo al agua. Así que, a partir de ahora, a repartir las faenas del dulce hogar, porque estoy hasta el moño de tanto fregar.
—      Pero cariño, si hay días que me faltan horas. No querrás que me frustre y se vuelva a adueñar de mí el estrés dañino.
—      Pero que cara tienes, Raimundo— clamó con los brazos en jarras. Tendrás que arreglártelas. Menos música clásica, óperas y, sobre todo, menos darle que te pego al ordenador ese. Lo demás, como el ejercicio y la pintura te lo dejo, porque, lo primero evita que se adueñe de ti la forma del sillón y lo segundo, me gusta.
—      Puedes abusar de mí que ya me tomé el sedante — repuse irónico. ¡La música! De eso ni hablar, no sabes lo que dices. La música clásica despierta los sentidos y las neuronas. Es como hacer sudokus. Estimula el yunque, el lenticular y hasta el estribo y, con el tiempo, te puede ahorrar el sonotone. De hecho, fíjate en el oído tan fino que tengo y no el tuyo que poco a poco lo estás perdiendo por no cultivarlo. Siempre con el Sálvame ese, la isla de los estúpidos y el baile de los malditos. Eso, cariño créeme, acaba con los cerebros.
—      Y tú con el punto pelota o como se llame, que parece un manicomio con un balón de por medio, ¿qué?
—      Sabes perfectamente que uso esos programas como somníferos. De hecho cuando el Pedrerol, con cara de guasa, se propone anunciar lo del Sportium ese, sabes que apago la tele y me voy a la cama sonámbulo perdido.

El mohín de contrariedad ya no la abandonaría tan fácilmente, si lo sabré yo. A la mañana siguiente me tocó hacer la cama ante su mirada inquisidora. Ni una arruga me dejó hacer con lo bien que se me dan. El nidito de soltero flotaba burlón encima de mi cabeza como un espectro ¡Ah, qué años aquellos donde la cama francesa se imponía! Y esto solo era el comienzo. Eso sí, quedó claro que la limpieza era una cosa, pero que lo de la cocina ni hablar. Por muy de Silestone que fuera la encimera nadie me vería sobre ella blandiendo ningún aparataje culinario.
El acuerdo, si no quería engrosar la nómina de los sesentones asquerosamente divorciados, fue poco traumático porque somos civilizados y todas esa cosas que se dicen ahora con tal de disimular la frustración del fracaso; no obstante, confiaba en que, como el tiempo termina difuminándolo todo (que se lo pregunten a Rajoy si no), las aguas tornarían pronto a su cauce porque, conociéndola, ¿qué íbamos a hacer el uno sin el otro?

—      ¡Raimundo! —Siempre me llama así, enfatizando cada una de las sílabas, cuando tiene que reprocharme algo— ¡La persiana ni sube ni baja; la lavadora no abre la puerta y mi televisión no se ve!
—      ¡Busca en las páginas amarillas, cariño, que estoy con el sofrito! 
  

FIN


3 comentarios:

  1. Ay, ay!! La generación de hombres que se casaron en la década de los 60. Al que ayudaba a su mujer en las tareas de la casa le llamaban calzonazos. Ahora están jubilados y dedicados a sus aficiones y hobbies y se enfadan si se le pide colaboración con los quehaceres del hogar donde viven.
    Las profesionales de sus labores tienen un máster en economía y no tienen jubilación, si quieren cultura, el marido tiene los descuentos.
    Jimena Sánchez

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    1. hola Jimena, cuánta razón contiene tu comentario el cual agradezco. Yo no me casé en los sesenta sino en los ochenta y te aseguro que hay un porcentaje muy alto como el tal Raimundo. En todo caso, está escrito en clave de homenaje a todas las que tienen que sufrir tales circunstancias y que es fruto de la cultura recibida (cultura de costumbres, no de la otra). Un saludo:
      Paco Cervantes Gil.

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  2. Decía C.J Cela que "cortando cojones se aprende a capar". Cervantes, en ésta ocasión y arropado de una notable naturalidad y sobriedad expresiva sin pretensiones, has cuajado un relato que me gusta. Creo, amigo Cervantes, que has hecho escribir al lector que llevas dentro.
    Pero no es ésta la razón que me mueve a escribir esta nota, sino la de comentar la tendencia de los hombres a dispersarnos en nuestros propios vicios y no ha colaborar en las tareas del hogar. Viene de lejos y nos lo enseñó un viejo adagio de tintes religiosos que decía: "Gracias Señor por no haberme hecho mujer". MARIANO MARTÍN

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