jueves, 13 de septiembre de 2012

Felisa, vida mía


Antonio Briones soltó el arma, con la que momentos antes había descargado el golpe mortal, como si le quemara. A sus pies yacía, cuan larga era, Felisa, su infiel esposa. Y a su espalda, como aquél que no quiere la cosa, su infortunado amante. 
Con la ‘Flaca’ Felisa el tiempo no había sido nada generoso ya que, tras su inexorable paso, las huellas de su venganza mostraban toda fiereza. Larga como un mercancías parecía bambolearse con el viento; el pelo crespo y castaño era estambre puro de punta; su percha bajo la nuez, como en aquél tango de Gardel, la identificaba por lejos que estuviese: « ¡Allí viene Felisa!» Decían al otear desde la distancia su desgarbada y escuálida figura y sus largas piernas pendían del culo como dos hilos terminando en unos pies que zapateaban con furia al andar levantando nubes de polvo aunque no lo hubiera. Pero era suya, y suya sería mientras viviese. 
Esta catatónica reflexión de contumaz macho, en absoluto espontánea, era fruto de la mente retorcida del Briones que, celoso, infiel y violento, tenía a la pobre Felisa metidita en un puño. 

— Briones, te dejo —le espetó un día aciago con voz temblorosa, pensando que podía ser algo rápido, aprovechando las prisas de su marido por irse al trabajo. 
— Yo sí que te dejo que me están esperando como lobos. Hay un lío en el curro de mil demonios. 
— Que no, Briones, que te dejo para siempre —dijo con voz compungida—; que me voy de casa; que no quiero dejar pasar una ocasión en la que, por una vez, encuentro a un hombre que me ama y que, desde luego, no lo pienso desaprovechar porque vete tú a saber si no viene otro. Antonio Briones soltó la maquinilla de afeitar con la que se rasuraba y se volvió mirando hacia su mujer como si fuera una extraterrestre sin acertar a pronunciar palabra. Un rictus de autista afloró en su rostro de guiñol evidenciando no entender nada ¿De qué puñetas le estaba hablando Felisa, su Felisa? 
— ¿Cómo que otro? 
— Acertó al fin articular estupefacto ante el arrojo mostrado por la que empezaba a tener enfrente. 
—Bueno, otro no. Quiero decir que tú nunca me has querido, Briones. Que me tienes como una esclava: Felisa tráeme esto; Felisa dame aquello. Para ponerte la comida y prepararte la ropa es para lo único que me quieres. Y para… lo otro 
—Terminó Felisa azorada con un hilo de voz. 
—Para qué. Anda dilo desgraciada. Si no, mejor no, mejor no lo digas no sea que tengas que arrepentirte. Mira Felisita mía —dijo arrimándose meloso— A qué viene esto si yo siempre te he querido, si eres la niña de mis ojos, lo que pasa es que ya sabes que no soy hombre de decir palabras de esas que se dicen en las películas porque sólo me he preocupado de traer los dineros a casa y todo eso. 
— Lo siento Briones pero ese cambio de tercio ya lo podías haber hecho antes. Además, lo de «Felisita mía», nunca te ha funcionado aunque hayas creído lo contrario. Y en cuanto a los dineros ¿Qué dineros? Si no he sido nunca dueña de nada; si hasta para comprarme una falda tenía que echar una instancia. La decisión está tomada Briones—, dijo altiva estirando el pescuezo como una tortuga laúd. 
— Pero qué decisión ni qué niño muerto. ¿Desde cuando decides cosas? Mira que te tengo dicho que no veas tantos culebrones que no hacen más que meterte pajarillos en la cabeza y ya eres mayor para eso… el hombre que me ama ni tonterías. Dime Felisa, ¿Desde cuando esta situación? ¿Desde cuando me engañas, promiscua? 
—Yo no te engaño Briones. Y tampoco soy eso que me dices.
— ¿Qué no me engañas? ¿Entonces esto que es? — masculló fuera de sí elevando los brazos al techo. 
— Briones no subas la voz que sabes que me pongo muy nerviosa —decía Felisa retorciéndose las manos—. Quiero decir que no te engaño porque te lo estoy diciendo. 
— Felisa, ¿de verdad te crees lo que dices? ¿De modo que porque confieses la fechoría he de tomarlo como que no me engañas? ¿Te crees que soy idiota, Felisa? 
— Sí, ¡digo no! Quiero decir que si te lo digo es mejor que si no lo hiciera. Al menos eso es lo que me parece. —Terminó Felisa visiblemente aturullada encogiendo el cuello como un bandoneón. 
— Mira Felisa, tú no estás en tu sano juicio y ahora mismo me vas a decir que todo lo que estás diciendo es mentira; que es para ponerme a prueba; que, que… que es para ver como reacciono. 
— Te fastidia que sea verdad, eh —dijo Felisa, acrecentando sus patas de gallo, al ver que tartamudeaba—. Pues es verdad Briones y eso me está pasando a mí aunque no te lo creas —Terció chinchándole con un mohín de rabia. 
— ¿Sí? ¿Y quién es el apuesto galán que, con los sentimientos a flor de piel, ha secuestrado la voluntad de mi abnegada esposa? —Parodió Briones en ademán genuflexo. 
— Es alguien a quien conoces y no ha secuestrado nada, sino cautivado en todo caso. Y se trata de Magín, para que lo sepas —sentenció con una mueca de rabia llevándose inmediatamente la mano a la boca. 
— ¿Magín? ¿Qué Magín? —Inquirió Briones inquisitivo entornando los ojos ¿No será el frutero, verdad? Felisa asentía con la cabeza sin articular palabra temiendo haberse precipitado, pues no quería provocar las clásicas iras del Briones; sobre todo, al saber que se trataba de Magín el ‘frutas’. 
— ¿Ese mamón que no levanta dos palmos del suelo? ¿Por qué no me habías dicho que te gustaba jugar con enanos? Ma…gín —dijo con burla arrastrando las sílabas—. No me fastidies. 
— Será enano y todo lo que tú quieras, pero tiene mucha sensibilidad y es cariñoso. 
— ¿Sensibilidad? La misma que la puerta de un retrete público… por dentro. Además de ser calvo, patizambo y no llegarte ni al ombligo, es más simple que el mecanismo de un bocata. Desde luego todo ha de írsele en sensibilidad porque si no… ¿Pero que has hecho, Felisa? 
— Está bien, contigo no se puede. Sabía que acabarías insultando y ridiculizando como siempre. 
— No, si quieres voy y le doy la enhorabuena: «felicidades Magín, no sabía yo que te gustaba mi adorable esposa; habérmelo dicho antes, hombre». 
— He intentado ser clara razonándotelo por las buenas y ni por esas. ¿Hubieras preferido haberte enterado por otras personas? —Dijo retrocediendo al notar en Briones cierto gesto amenazante. 
— Pero bueno, esto es el colmo. Decididamente te has vuelto loca a no ser que me estés tomando el pelo. Si es así, Felisita, acepto la broma, vayamos a celebrarlo y que le den, por hoy, dos duros al trabajo—, dijo Briones de nuevo en actitud meliflua. 
— Briones que esto ya ha terminado ¿Es que no te das cuenta? Donde me voy a ir es a casa de mi madre —dijo Felisa con decisión sacando fuerzas de flaqueza. 
— No, el que se va soy yo. Y no a casa de tu madre precisamente, más que nada porque aun queda lejos la hora de las brujas —Añadió seguro de que Felisa no cazaría la indirecta— voy en busca del tapón de alberca ese de Magín. Le voy a hacer un ovillo delante de las parroquianas que a buen seguro poblarán su puerta chismorreando. Por cierto, ¿Qué tendrá Magín?, se detuvo pensativo un momento. 


Felisa ya había quedado en verse en casa de Magín adelantándose al resultado de la más que segura discusión con Briones y siempre que saliera indemne del altercado, de manera que nada más cruzar éste la puerta de la calle puso pies en polvorosa en busca de su amado. Supuso que Briones iría directo a la frutería, así que disponía de tiempo para reunirse con Magín y poner en marcha el plan que previamente habían trazado salvando así su amor de la furia del Briones. Pero lo que no esperaba es que, Briones, más listo que un ajo, en vez de la tienda se decidiera por ir a la casa de Magín directamente. Esperó estando al acecho hasta que Felisa subió al piso del enano calvorota. Entonces sería cuando les sorprendería. En efecto, con el sigilo de un gato montés, abrió la puerta de entrada valiéndose de la tarjeta del Carrefour esperando tras ella hasta normalizar el resuello. Seguidamente, y pese a que la habitación de matrimonio se encontraba con la puerta entreabierta, de una descomunal patada la arrancó de cuajo estampándola a los pies de la cama. La escena le habría producido en otra ocasión un ataque de risa, pero hoy no estaba para bromas. Él no tenía mucho que lucir porque tampoco era un ramillete de nardos; pero, al lado del patizambo del ‘frutas’ en calzoncillos, era para cabrearse por la elección que había terminado haciendo la Felisa. Para mearse y no echar gota, pensó ¿De verdad podía tanto la sensibilidad esa? Felisa, con los ojos como platos y de espaldas a la pared parecía colgar de ella, mientras que el ‘Frutas’, permaneciendo lívido al otro lado de la habitación, no movía ni un músculo de los que aún le quedaban. 

— ¿De manera que este medio metro es el que te quita el sentido con su ‘sensibility’? —Dijo en tono amanerado— Porque deberá tener algo más ¿No? Aunque a juzgar por lo que veo tampoco es que sea para tirar cohetes precisamente. 
— Pues venga, comencemos. Vamos Felisa empezad, sigamos con la farsa. Quiero ver como te lo montas con el pavo este aquí y ahora. A ver que cosas tan deliciosas te dice metido en faena con la cara de cochino que tiene ¡Vamos! —ordenó de nuevo sacando un cuchillo jamonero de vivo filo. 
— He dicho que a la faena o te rajo ¡frutero mamón! —gritó enfrentándose a Magín con la cara desencajada. Y tú —dirigiéndose a Felisa—, ¡a la cama! 
— Vamos, demostrad vuestro amor pichoncitos, pero con sensibilidad eh, que no vea yo que vas de macho alfa, frutero— Dijo conduciendo a punta de cuchillo hasta la cama al desdichado vendedor de frutas y verduras. 
— ¿No os queréis tanto? Pues comenzad con un apasionado morreo ¡Besaros he dicho! Asustados ante la amenaza de un Briones enfurecido, y con tal de calmar a la fiera, de rodillas encima de la cama comenzaron a fingir el encuentro rozando sus labios tímidamente. 
— Así vas tú por la vida, castigador —dijo Briones empleando un tono de lo más cheli con capón incluido— ¡Así no!, con pasión chicos ¿No lo entendéis? ¡Que se note ese idilio! Con el miedo metido en el cuerpo acometieron de nuevo la escena empleándose más a fondo a medida que ésta avanzaba. Y viendo que Felisa se entusiasmaba presa de una arrebatadora pasión, sin importarle su presencia, cogió a Magín por el cogote y lo apartó violentamente pasando a ocupar su puesto. Al verse Magín a espaldas del Briones pensó que había llegado su momento de actuar, y cogiendo una tranca del rincón, que tenía preparada por si las moscas, descargó un golpe furibundo en la cabeza del congénere; pero, con tan mala fortuna, que le dio en el hombro más que en la cabeza como era su objetivo. Briones se volvió tambaleante blandiendo el largo cuchillo como si fuera la ‘madre’ de Norman Bates. El grito de Felisa apagó el quejido de Magín que, con los ojos fuera de las órbitas, veía impotente como la faca del Briones se hendía en su buche como en un odre de vino tinto. A continuación y loco de furia, el Briones se abalanzó hacia la que iba a dejar de ser su mujer descargando su frustración en el largo pescuezo rebanándolo justo entre la ‘percha’ y la nuez. Después, en un arrebato incontrolable, la atrajo hacia sí y la abrazó, sin importarle nada empaparse con la sangre del gaznate de su flaca. Con sumo cuidado la depositó a sus pies soltando el cuchillo como si se sorprendiera de tener aquella arma en la mano y, mirando como el que no ve, quedó frente al rostro de asombro de lo que había sido su amor que parecía demandarle la causa de todo aquel desatino, de toda aquella locura. 
Y todo por no haberle dicho nunca, sin acertar a explicarse la razón, que bebía los vientos por ella. Por no haberle mostrado nunca la sensibilidad que a ella tanto le gustaba y que hasta el ‘Frutas’, ese gusano despreciable, tenía. Y, sobre todo, por no haberle dicho nunca esas palabras de amor como se dicen en las películas.